Productores, comercializadores y sociedad civil se movilizan para destacar el valor de la ganadería sostenible
Se trata de un reconocimiento por ser garantes de la seguridad alimentaria y nutricional y al mismo tiempo guardianes de la biodiversidad del planeta
Costa Rica. La ingeniera agrónoma mexicana Gabriela Lucas Deecke, fundadora y directora general del Centro de Innovación de Agricultura Sostenible en Pequeña Escala (CIASPE), una organización diseñada para fortalecer capacidades de autogestión y resiliencia de los pequeños productores con foco en las mujeres, recibirá el premio “El Alma de la Ruralidad”, que el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) otorga a Líderes de la Ruralidad de las Américas.
El premio es parte de una iniciativa del organismo especializado en desarrollo agropecuario y rural para reconocer a hombres y mujeres que dejan huella y hacen la diferencia en el campo de América Latina y el Caribe.
El trabajo de CIASPE se enfoca especialmente en contribuir al bienestar de las familias del medio rural a través de prácticas agroecológicas regenerativas.
Además de recibir como reconocimiento el premio “El Alma de la Ruralidad”, los Líderes de la Ruralidad destacados por el IICA serán invitados a participar de diversas instancias asesoras del organismo especializado en desarrollo agropecuario y rural.
“Se trata de un reconocimiento para quienes cumplen un doble papel irremplazable: ser garantes de la seguridad alimentaria y nutricional y al mismo tiempo guardianes de la biodiversidad del planeta a través de la producción en cualquier circunstancia. El reconocimiento, además, tiene la función de destacar la capacidad de impulsar ejemplos positivos para las zonas rurales de la región”, dijo el Director General del IICA, Manuel Otero.
En el marco de la iniciativa, el IICA trabaja para que el reconocimiento facilite vinculaciones con organismos oficiales, de la sociedad civil y del sector privado para la obtención de apoyo para sus causas.
“Hablamos de personas cuya impronta está presente en cada alimento que consumimos -adonde sea que éstos lleguen-, en cada parcela de tierra productiva y en las comunidades que habitan los agricultores y sus familias. Son hombres y mujeres que dejan huella y son el alma de la ruralidad porque producen, plantan, cosechan, crean, innovan, enseñan y unen”, consideró el Director General del IICA, Manuel Otero, al lanzar la iniciativa.
“Son personas que encarnan liderazgos silenciosos que es preciso visibilizar y reconocer. Son, por sobre todas las cosas, ejemplos de vida. Porque transforman, superan adversidades e inspiran”, agregó.
El IICA trabaja junto a sus 34 Representaciones en las Américas para la selección de los primeros #LíderesdelaRuralidad.
Los resultados de la primera etapa de la iniciativa serán presentados ante el Comité Ejecutivo del IICA, una de las instancias de gobierno del Instituto.
Desde Querétaro, Gabriela Lucas Deeke apuesta por más vínculos entre agricultura y nutrición y por mejorar la vida en la ruralidad
México. Cuando terminó el bachillerato, la mexicana Gabriela Lucas Deecke comenzó a estudiar enfermería. Fue durante esa etapa de su vida, mientras hacía una de sus prácticas profesionales, que experimentó un momento dramático: un niño desnutrido se murió en sus brazos. Ese día se prometió a sí misma que de allí en adelante trabajaría para intentar que ese tipo de historias tan tristes no se repitiera. Al poco tiempo decidió estudiar agronomía y dedicarse a luchar a favor de una alimentación más saludable y accesible para todos.
En realidad, al volcarse a la producción de alimentos Gabriela no hizo nada que fuera nuevo para ella. Más bien volvió a un camino que había comenzado a recorrer desde que tenía memoria. Es que ella se crió en una finca productora de café del municipio de Tapachula, en el estado de Chiapas, al sur de México. Allí creció conectada con la naturaleza y en permanente contacto con los agricultores que llegaban a trabajar en el campo, muchas veces desde la vecina Guatemala.
Una vez graduada como ingeniera agrónoma en la ciudad de Querétaro, Gabriela conoció a fondo la realidad de los pequeños agricultores en todo el país. Primero fue en Chihuahua, cerca de la frontera con Estados Unidos, donde trabajó en proyectos relacionados con la seguridad alimentaria en el desierto, como parte de una organización no gubernamental. Luego, de regreso en Querétaro, Gabriela se convirtió en secretaria técnica del Ministerio de Agricultura local, lo que le permitió involucrarse en todas las problemáticas productivas y sociales del Estado.
Una de las cuestiones que le llamó la atención fue la alta incidencia en las zonas rurales de las enfermedades no transmisibles, como diabetes, hipertensión, cáncer y obesidad. “Todos esos males –explica- están relacionados con la comida. Uno idealiza el campo, pero la mayor parte de la gente no sabe cómo cuidarse y curarse por medio de los alimentos, en vez de tomar medicinas”.
En 2011 Gabriela supo que quería dedicarse a capacitar a agricultores familiares para que produjeran alimentos saludables, nutritivos y abundantes para ellos y para sus comunidades. Así fundó el Centro de Innovación de Agricultura Sostenible en Pequeña Escala (CIASPE), una organización diseñada para fortalecer las capacidades de autogestión y la resiliencia de los pequeños productores –con especial foco en las mujeres líderes-, cuyo principal objetivo es contribuir al bienestar de las familias, sobre todo en el medio rural. Sus herramientas centrales son las prácticas agroecológicas regenerativas.
“Hoy una de nuestras prioridades es transmitir a pequeños agricultores información sobre cómo tomar las mejores decisiones en la cuestión alimentaria; no sólo en cuanto a cómo producir, sino también, en cuanto a cómo alimentarse mejor, con más fibras y vitaminas, para estar más sanos”, cuenta Gabriela.
Elevar la calidad de vida de la población rural vulnerable es el gran sueño de CIASPE. “La pobreza es un gran obstáculo. Muchos en el campo no comen frutas y verduras porque es muy caro. Consumen, en cambio, carbohidratos y gaseosas porque buscan energía rápido”, dice ella con tristeza.
Tal vez el desafío más complejo que enfrenta la organización es cómo favorecer el arraigo de la población en el campo; de qué manera generar oportunidades y convencer a la gente de que puede haber una vida mejor sin necesidad de irse detrás de los sueños a una ciudad.
“La familia –afirma Gabriela- es la primera expulsora de los niños y niñas que nacen en el medio rural, porque quiere que progresen. Entonces no hay transmisión de conocimientos: los padres no les enseñan a cultivar o a cocinar a sus hijos, debido a que quieren que se vayan a la ciudad. En consecuencia, los jóvenes terminan por ser ignorantes respecto a las habilidades que necesitan para vivir en el mundo rural. El campo está lleno de recursos, pero muchas personas ni siquiera saben cuáles son las plantas que se pueden comer”.
Es por eso que la organización que ella dirige enseña a poblaciones rurales nutrición y salud, más agroecología, y de esa manera desarrolla habilidades y potencial para generar un ingreso adicional.
“Fomentamos la venta de lo cultivado en mercados locales, ya que la comercialización es un tema decisivo. Capacitamos a los pobladores rurales para que produzcan algo que los beneficie a ellos y que puedan vender directamente a sus vecinos o en el siguiente pueblito”, relata Gabriela, cuya organización creó un mercado de productos locales en una zona rural, a media hora de la ciudad de Querétaro, al cual la gente de la ciudad puede ir a comprar alimentos frescos directamente a sus productores.
Gabriela está convencida de que se deben buscar los caminos para generar riqueza en el campo: “Si se quiere combatir la pobreza hay que ayudar a que la gente tenga dinero en el bolsillo. Las condiciones son difíciles y la pandemia agravó las cosas, ya que creó un círculo vicioso, en el que no hay mercado porque no hay productos y no hay productos porque no hay mercados donde venderlos”.
Gabriela tiene hermosos recuerdos de su niñez en la finca de café de Chiapas. Y últimamente ha reencontrado a muchos de los agricultores que trabajaban allí y en años recientes cambiaron de actividad. “Hoy hacen vainilla, cardamomo o han puesto hoteles boutique. Yo lo veo muy bien: es una vía para generar ingresos, que también sirve para que se comuniquen la ciudad y el campo. Tenemos que construir puentes entre los que nada tienen y los que tienen. Y ser conscientes de la importancia de los alimentos sanos, que son los que nos va a permitir ser menos vulnerables a los virus”, cerró Gabriela.